Cuando lo conocí volaba por los aires sin preocupaciones. No conocía el miedo a caer o hacerse daño. Me sorprendía la facilidad con que pasaba de una montaña a otra sobrevolando los problemas que tanto me costaba a mi superar. Me acerqué a él con curiosidad y le pregunté como era capaz de hacer aquello. Me explicó con sencillez que nada había que evitara el volar, que si los demás no lo hacían era porque simplemente no lo intentaban. Parecía algo evidente, pero pronto recordé mis lecciones en clase de física. Sin pensarlo demasiado me decidí a explicarle que estaba equivocado, que sí había algo que nos impedía volar. El muchacho me miró decepcionado, luego bajó la cabeza y lloró. Desde entonces Victor no ha vuelto a volar.
Rafael Reina