Cuando cae la primera lágrima la segunda se vuelve incontenible y la tercera se convierte en un torrente de emociones que termina por ahogarnos.
Con la cuarta nacen las dudas, la pregunta inpronunciable de qué hombro estará ahí para apoyarnos. Y tras esta solo viene el llanto, sin contar cada una de las tristezas derramadas.
Y entonces queda volver al hogar, con los ojos ensangrentados por la ira homicida hacia el propio yo. Y queda enfrentarse a una mirada calmosa y sosegada de la que me trajo al mundo. Y quizá la supere y me encierre en mi habitación pero sin poder gritarle al mundo todo lo que aprieta nuestra garganta. Y al final el llanto se calla, las palabras se marchan y tan solo queda un eterna calma.
Rafael Reina