jueves, 27 de septiembre de 2007

El poder de un Dios

Mírame, aquí sentado en la posada de mi habitación
pensado a cada instante en lo que pudo ser y no fue,
y una y otra vez me digo: "Ay señor, que hice yo,
para que en la tristeza de la soledad no me ame ninguna mujer".

Mírala, ambos sabemos que posee la llave de la felicidad,
que una palabra suya me devolvería a una realidad
que, aun manchada de negras sombras,
esta iluminada como el faro alumbra al mar.

Y tal vez sea ella la que me sacará de esta decepción
en la que vivo sumido desde que tengo uso de razón.
Por ella le pediria a la luna que acabe con el Sol
y disfrutaria de la noche eterna abrazado en su colchón.

Míralo, como se rie de mi, malnacido amor,
burdo y cruel como solo un dios podria serlo;
lascivo y a la vez tan inocente
se entremezcla entre nosotros confundiendose en la noche.

Pero ahora...

ahora que una vieja esperanza perdí,
ahora que me siento herido de gravedad
he perdido en la niebla las ganas de reír,

no temo a la muerte ni temo a la edad,
tan solo temo, cuando llegue nuestro fin,
que tu estés sola y yo, viva en soledad.

Rafael Reina

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